Canalblog
Suivre ce blog Administration + Créer mon blog

MAXIM VENGEROV

MAXIM VENGEROV
Publicité
13 mars 2008

"El violín hay que empuñarlo entre los cuatro y los seis años"

untitled

Maxim Vengerov abre hoy en el Auditorio Nacional de Madrid el ciclo de Juventudes Musicales, patrocinado por EL PAÍS, después de pasar por París y Londres. Hace ya años que este ruso de 28, nacido en Novosibirsk, vive como las grandes estrellas de la música, cambiando casi cada día de ciudad y hotel. En la capital española presentará la sinfonía de Edouard Lalo que ha grabado en su último disco. "Es la Sinfonía española, que tuvo una gran acogida en su momento y que durante años figuró en el repertorio de todos los violinistas. Ahora, desde hace ya casi un cuarto de siglo, nadie había vuelto a grabarla y, poco a poco, había desaparecido de los programas de conciertos".

La obra de Lalo se le antoja muy adecuada, no en vano corresponde a un momento en que en Francia había una gran curiosidad por todo lo español. "La sinfonía de Lalo fue compuesta especialmente para Pablo Sarasate, pues el músico quería agradecerle a su intérprete que le hubiese descubierto posibilidades del violín que él nunca había imaginado. Sarasate era un genio y la sinfonía de Lalo le permitía demostrar todas las gamas de su virtuosismo. Es una pieza elegante, con mucho sentido del humor. El primer movimiento es el más dramático, con desplantes de tono casi torero. El segundo es muy atractivo y el tercero incluye una habanera de gran potencia, que casi te da ganas de ponerte a bailar. Luego entra en una fase como de ensoñación y todo acaba con una explosión de potencia".

Vengerov tocó la obra de Lalo cuando apenas tenía ocho años. "Mi padre es oboísta en la orquesta de mi ciudad y mi madre dirigía una orquesta de niños. Yo empecé a tocar el violín cuando cumplí los cuatro años". Y ésa es la edad que se le antoja ideal para comenzar a aprender a tocar un instrumento. "El violín hay empuñarlo entre los cuatro y los seis. El piano puede esperar un poco más, hasta los ocho o nueve, pero no hay que dejar pasar esos momentos. Los niños tienen una capacidad de recepción extraordinaria, pueden memorizar miles de datos y emociones, son esponjas que aprenden idiomas, deportes o instrumentos con una facilidad que nunca más tenemos". La simpatía por la cultura española también ha influido en otra de las grabaciones de Vengerov. "Si, se trata del concierto que Benjamin Britten escribió en 1938, pensando en la Guerra Civil española, en las atrocidades de Franco. Es una obra que se estrenó en Nueva York, en 1940, y el violinista era un español republicano, Antonio Brossa, exiliado. En el segundo movimiento, la españolidad de la música es más que evidente".

La tradición nacional de cada cultura es algo que le interesa. "Yo me formé en la escuela rusa, en la tradición rusa tal y como era transmitida por el sistema soviético. Es una manera de tocar de gran intensidad, con un enorme respeto por la melodía, muy profunda. Cuando llegué a Alemania descubrí que el violín podía ser también luminoso, tener color, alegría. Nosotros somos herederos de Chaikovski, Mussorgski o Shostakóvich, crecí teniendo como modelo de intérprete a David Oïstrakh. En Alemania la tradición barroca te abre otro mundo. Y allí están Bach, Beethoven y Brahms. Es cierto que el sistema político influyó en nuestra manera de acercarnos al pasado, en el tipo de seriedad con que analizábamos las partituras. Los alemanes eran más abiertos".

La situación política y económica de Rusia le preocupa. "Muchos de los mejores músicos rusos viven hoy en el extranjero porque el país no ofrece garantías, no ofrece ni tan sólo la seguridad de poder desarrollar con orden un trabajo que no sea a corto plazo. Estoy convencido de que, a medida en que todo se estabilice y normalice, tenderemos a volver a Rusia". Y a escapar a una vida internacional que le obliga a expresarse casi siempre en inglés o alemán, pero que le hace casi imposible servirse del ruso materno. "Tengo un gran recuerdo de mi experiencia de dar conciertos para niños. Es algo que quisiera hacer con más asiduidad".

Ese proyecto de recitales para menores lo ha desarrollado en circunstancias excepcionales, tocando y dando clases ante audiencias especiales. "En Uganda estuve con chavales que habían vivido las matanzas o que eran niños-soldados; en Tailandia, con menores a los que habían convertido en adictos a las drogas; en Harlem, con críos de familias muy pobres; en Kosovo, con hijos de musulmanes y de serbios, reunidos por la música. Es un proyecto que llevo a cabo a través de la Unicef y en el que creo. La música es un lenguaje que habla directamente al corazón, que permite comprender las cosas de otra manera, sentirlas. Y los críos son muy sensibles a la música".

Maxim Vengerov tiene más aspecto de atleta que de violinista, al menos de acuerdo con la tópica imagen romántica del languideciente y pálido caballero de pelo largo que toca la sonata Kreutzer con una amada imposible. Vengerov es un atleta de pelo corto y muy negro. "Hay que hacer gimnasia cada día. Tocar el violín reclama mucha energía". Y violines extraordinarios. "El que utilizo ahora lo es. Se trata de un stradivarius de 1727, de una sonoridad extraordinaria, de una gran riqueza de tonos, que te permite ir más lejos en tu trabajo de descubrir el instrumento que tienes entre las manos".

Entrevista a Maxim Vengerov, OCTAVI MARTÍ - París - 18/09/2003

Publicité
Publicité
13 mars 2008

Maxim Vengerov, embajador internacional de UNICEF

unicef

© UNICEF/HQ00-0822/BRONSTEIN

"Ayudar a los niños en dificultades y compartir la música clásica con los jóvenes es quizás la mayor responsabilidad de mi vida", dice Maxim Vengerov, el virtuoso violinista siberiano. "Conozco lo que significa la música para los niños y la alegría que puede aportarles incluso en las más difíciles circunstancias. Si consigo conmoverlos y, quizá, darles alguna inspiración me sentiré plenamente orgulloso".

Maxim Vengerov fue nombrado Embajador de Buena Voluntad del UNICEF el 15 de julio de 1997, y fue el primer intérprete de música clásica que recibió dicho nombramiento.

Lenguaje internacional

Antes de su nombramiento, Vengerov había ofrecido ya conciertos a beneficio de los niños de varios países europeos. Su primer compromiso con el UNICEF, en septiembre de 1997, consistió en la organización de un intercambio musical con niños del grupo Opus 118, conjunto de violinistas de Harlem (Nueva York). El siguiente mes ofreció un recital privado en Chicago a beneficio de los programas de salud y educación que patrocina el UNICEF. Fue la primera de sus muchas iniciativas de recaudación de fondos.

Su primer viaje para el UNICEF lo llevó a Bosnia y Herzegovina, en diciembre de 1997, y allí visitó proyectos de salud y agua potable patrocinados por el UNICEF. Asimismo, interpretó su música para y con los niños de las escuelas de música de la zona de Sarajevo.

En marzo de 1999, Vengerov visitó el War Children's Project, en Uganda, donde pudo compartir con niños que habían sido secuestrados y explotados, tanto sexualmente como laboralmente o como niños soldados. También visitó escuelas y campamentos de personas desplazadas, así como un hospital del SIDA en Kampala. En todos los lugares, Vengerov interpretó su música para los niños.

Ese mismo año de 1999, Vengerov interpretó el concierto "Para los niños de Kosovo", en Londres, de recaudación de fondos a beneficio del Comité del Reino Unido pro UNICEF. A continuación inició una misión sobre el terreno en Kosovo, durante la cual ofreció un concierto junto a la Orquesta Filarmónica de Belgrado a beneficio del Hospital de niños con parálisis cerebral, de Belgrado.

En noviembre de 2000, Vengerov viajó a Bangkok (Tailandia) donde visitó un centro de pequeños delincuentes juveniles y un centro que proporciona educación no formal, formación para la vida y otros servicios a beneficio de niños trabajadores.

Durante todo su mandato de Embajador de Buena Voluntad del UNICEF, Vengerov ha contribuido con generosidad a las iniciativas de recaudación de fondos de varios comités nacionales pro UNICEF y ha utilizado tanto sus misiones sobre el terreno como sus giras artísticas para promover los trabajos del UNICEF y traer inspiración a los niños con su música.

Un talento prodigioso

Maxim Vengerov nació en 1974 en Novosibirsk, capital de Siberia occidental. Dio su primer recital a la edad de cinco años y su primer concierto con orquesta a los seis.

Vengerov inició su carrera profesional en 1990, a la edad de 15 años, tras vencer en la Carl Flesch International Violin Competition. En la actualidad, es uno de los concertistas más aclamados en el mundo de la música clásica y ha actuado con las principales orquestas y solistas. En 2002, fue nombrado Artista del Año por la revista especializada Gramophone.

www.unicef.org

13 mars 2008

¿Maxim Vengerov o los Tucanes?

maxim

¡Oh, radios nuestras de cada día! Convierten nuestras casas, buses, taxis o vehículos y hasta centros de trabajo en basureros acústicos. Sí, escuchamos cualquier melodía tóxica contrabandeada como moda.

Hoy pululan en el dial los grupos que cantan a la droga, donde los narcos suenan a héroes y el sexo a quemarropa es una de las mejores virtudes de este siglo vacilante: la barbarie en las prisiones de Irak y sus justificaciones de frac.

La radio se supone es un soporte de la educación. Hay slogan que le cantan a sus beneficios, pero por lo general, sus programadores diseminan todo el día maleficios.

Son escasas las emisoras que mantienen un compromiso con el oyente, pero, si hacemos una encuesta con los radioescuchas, y preguntamos cuántos han escuchado al violinista Maxim Vengerov, tendremos que aceptar la falta de responsabilidad social de estos medios.

Pienso que no se debe darle al radio auditorio programaciones descafeinadas, pero el menú actual de las estaciones es a base de “comidas chatarras”: resultado, unos consumidores de gustos muy fofos.

El público merece más atención, más respeto y darle también momentos de placer estético. No es posible que un programador de radio no se sienta impactado por un hombre como este ruso. Y si no hay sensibilidad, cómo es posible que una piedra -“que ya no siente”- dirija y administre el gusto ajeno. Sin duda, una suprema irresponsabilidad de parte de los dueños de emisoras.

Común es la queja de nuestros artistas, de nuestros compositores, que son buenos además, cuyas creaciones son despreciadas. Mientras Katia Cardenal es reconocida en países nórdicos, las estaciones locales ignoran su música. La Camerata Bach dispone de un valioso repertorio prensado en disco, pero los programadores suenan a “Los Tucanes”. ¡Oh, Dios!

Lamento que no se le entregue a nuestros niños y adolescentes, ya no digamos jóvenes, la posibilidad de conocer a un maestro que ya es una leyenda cuando su calendario todavía no ajusta 30 años.

Maxim Vengerov, nacido en 1974 descolló desde los primeros años de la infancia a un ritmo que ni sus padres entendían. Un caso de prodigio en pleno siglo XX, cuando inverosímiles biografías como las de un Amadeus ya adquirieron el tamaño indefinible del mito.

La maestra de música de esta criatura llegó a afirmar que Maxim nació con un violín. A los cuatro años, con su instrumento en ristre, adquirió todo el estilo que ya a los 12 años, la edad de la técnica, sería imposible de asimilar.

Su padre era el que tocaba el oboe. Un día, cuando lo llevó su mamá donde practicaba la sinfónica, lo buscó ansioso, pero sólo se encontró con músicos erizados de violines. El del oboe está al fondo, le dijeron.

El director invitó al pequeño: Es hora que aprendas, para jubilar a tu padre. El replicó: “No, yo quiero ser violinista para que me vean”.

A Maxim lo vi un día de estos en un canal, casi a la media noche, pero su talento era tan magistral que sus notas, su manera de construir la música, mantenía a raya cualquier sueño desperdigado por ahí.

Quienes lo oyen, pero sobre todo, los que lo ven, salen convencidos de que una de las primeras creaciones es la música: armonía es su nombre. El oyente queda impresionado por su noble y violenta ejecución: hay un eco ilustre del pasado clásico, de los más grandes de la música de todos los tiempos, sólo que él, a pesar de su música hecha de sabiduría, es capaz de desinfectar con la belleza de las inmortales piezas a cualquier público enfermado por Los Temerarios o Los Tigres.

Me pregunto: ¿qué habrá en este violinista, que tiene cautivado Europa y Norteamérica (incluyo Canadá a como debe ser) y ha convencido a la UNICEF para delegarlo como un embajador especial?

Los niños quisieran tocar como él y Maxim logra el inusual milagro de que ellos tomen las notas, se las echen en el bolsillo y queden para siempre seducidos por la maravilla de meter la mano a los recuerdos incipientes y disfrutar de su arte increíble.

Hace campanas y catedrales, palacios y avenidas, dramatiza las composiciones de Brahms, se vuelve en un frenético ejecutor que siente, vive, goza y sufre en carne propia las partituras y el público entonces no tiene más remedio que admitir que Maxim es la música en persona.

Sería notable que nuestras emisoras hicieran cultura al menos una hora al día o diseminarla en toda la transmisión para usar mejor la energía eléctrica, porque si el gobierno se niega a entregar lo que corresponde del 6 por ciento a las universidades y cada año 800 mil cipotes quedan fuera del sistema educativo, no puede ser que los empresarios radiales rematen al pueblo con “Priscila y sus balas de plata”.

Por supuesto, no he hablado de Radio Güegüence.

Edwin Sánchez, El Nuevo Diario (Nicaragua), 07/06/2004

Publicité
Publicité
Publicité